JOHN REED, EL CRONISTA DE LA REVOLUCIÓN

 

No he querido dejar pasar octubre sin recordar a un genio de la pluma que tenía la cualidad de poder hacer con el verbo la pintura exacta de la espiritualidad de las muchedumbres. Me refiero a John Reed, el militante comunista, brillante escritor, poeta, corresponsal y periodista en el sentido más genuino de la palabra.

John nació en Portland, Oregón, Estados Unidos de América, el 22 de octubre de 1887 y murió muy joven, a la edad de 33 años víctima de la fiebre tifoidea en Moscú en 1920.

No pretendo en esta nota hacer un desarrollo de la vida y obra de John Reed porque mucho material bibliográfico existe al respecto, de excelentes autores, como existen también películas y documentales que de buena manera dan cuenta del trasegar de este hombre al que con mérito se le conoció como el Cronista de la Historia. Simplemente quiero hacer una recordación y homenaje fariano a alguien que combatió con la tinta y sus ideas, por lograr el mundo mejor de la justicia social y el decoro.

A propósito de sus escritos he querido, además, rindiendo tributo al insigne y legendario reportero rebelde, hacer memoria precisamente en este mes, de la Revolución de Octubre y de ese paradigma del quehacer periodístico que es su obra Diez días que estremecieron al mundo, cuya primera edición cumple un siglo de haberse publicado.

De alguna forma el icónico libro es como la presencia inagotable de Reed en estos 99 años que ya han pasado desde que tomó vuelo, rumbo hacia la eternidad, el albatros, el peregrino de los grandes caminos del mundo, como lo llamó su amigo Albert Rhys Wialliam en la hermosa biografía en la que dice que “el ave de las tempestades estaba presente dondequiera que sucedía algo importante”.

En este siglo de John, de su obra y del cataclismo ruso que cambió el rumbo de los pueblos del mundo, bueno sería volver a leer la mencionada biografía, el libro de nuestro personaje y películas como Octubre dirigida por Serguéi Eisenstein, Reds dirigida por Warren Beatty y Campanas Rojas dirigida por Sergei Bondarchuk.

En enero de 1982, el historiador social estadounidense Howard Zinn, por encargo del “Boston Globe”, escribió “Para conocer a John Reed”, refiriéndose a la película de Beatty, de factoría Hollywoodense, opiniones bastante acertadas.

En aquella nota decía , colocándolos como en contracorriente de lo que muchos consideran debe ser un patriota usamericano, que John Reed y Louise Bryant (periodista y escritora estadounidense, también conocida por sus ideas marxistas y por sus ensayos sobre temas políticos radicales y feministas), que tampoco cuadraban con la idea general que suele tenerse de los radicales: “Esto es lo que sucede con John Reed y Louise Bryant, que confundieron y enfurecieron a los guardianes de la ortodoxia cultural y política en los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Ambos aparecen hoy en Reds, la gran película de Warren Beatty, y algunos críticos refunfuñan ante lo que llaman “comunista chic” y “marxismo de moda”, en una repetición involuntaria de las pullas que tanto Reed como Bryant hubieron de soportar en su tiempo”.

Howard Zinn manifestaba que a John y Louise “nunca se les perdonó que ellos y sus extraordinarios amigos –Max Eastman, Emma Goldman, Lincoln Steffens, Margaret Sangera- abogarán por la libertad sexual en un país dominado por la rectitud cristiana, que se opusieran a la militarización en una época de patriotería guerrerista, que defendieran el socialismo cuando el mundo de los negocios y el gobierno se dedicaban a apalear y asesinar huelguistas o que aplaudieran la que, para ellos, era la primera revolución proletaria de la historia”.

Pero lo peor fue que se negaron a ser meros escritores e intelectuales de esos que atacan al sistema con palabras; en vez de eso, se unieron a piquetes, se amaron con libertad, desafiaron a los comités del gobierno, fueron a la cárcel. Se mostraron partidarios de la revolución en sus acciones y en su arte, al mismo tiempo que ignoraban las sempiternas advertencias que los voyeurs de los movimientos sociales de cualquier generación han lanzado siempre contra el compromiso político. El establishment nunca le perdonó a John Reed (tampoco lo hicieron algunos de sus críticos, como Walter Lippmann and Eugene O’Neill) que se negase a separar arte de insurgencia, que no sólo fuese rebelde en su prosa, sino imaginativo en su activismo. Para Reed, la rebeldía era compromiso y diversión, análisis y aventura”.

Su trabajo como corresponsal de guerra con el Metropolitan Magazine hacia 1911, lo condujo a México, al corazón de la Revolución sobre la cual puso a vibrar a sus lectores con entrevistas y reportajes sin igual, surgidos de su propias vivencias al lado, por ejemplo, de Pancho Villa a quien John acompañó durante importantes acciones en el norte de aquel país, conviviendo con los soldados y con la gente tanto del pueblo llano como la de los altos círculos del poder, donde conoció al por entonces Presidente Venustiano Carranza. De aquel andar nació su libro México insurgente, en el que detalla los sucesos de uno de los más importantes hitos históricos del siglo XX.

Ciertamente el día a día de Reed era intenso y apasionado, colmado de audacia y compromiso con la causa de los desposeídos, por su emancipación y sus derechos, y muchos fueron los trabajos de trascendencia que pudo hacer en su paso de relámpago por la vida. En 1914 escribió sobre las huelgas de los mineros de Colorado; al iniciar la Primera Guerra Mundial asumió nuevamente su rol de corresponsal y fue cuando produjo hacia 1916 La guerra en el este de Europa. Y en 1917 al recibir en Nueva York las noticias de la Revolución rusa, él y Louise Bryant, que además de compañera de lucha era su pareja sentimental, toman rumbo a Rusia donde llegan en plena ebullición revolucionaria. No hubo rincón del proceso tremendo de cambios sociales que se estaba produciendo donde no se metieran; él con su libreta de notas, iba entrevistando obreros, soldados, políticos de uno y otro bando, personas del común, andando oficinas, calles y trincheras, e incluso compartiendo jornadas de armas con los guardias rojos.

En esa búsqueda constante del pulso de los acontecimientos conoció a Lenin, a Trotsky y a otros importantes dirigentes, y logró asistir a San Petersburgo durante los días de octubre-noviembre de 1917 en que se desarrolló el II Congreso de los Soviets de Obreros, Soldados y Campesinos de Rusia, y también fue testigo del momento en que los bolcheviques acuerdan la toma del poder bajo el programa básico de conseguir una paz justa e inmediata, el control obrero de la industria y la reforma agraria en el campo.

El seguimiento y registró minuciosos que John hace de los momentos más vibrantes del proceso revolucionario es lo que le permitirá desde su genio creador al volver a los Estados Unidos en 1918, hacer su maravillosa crónica de aquel acontecimiento que significó un sensible vuelco para el rumbo de la humanidad, a pesar de tener que enfrentar un juicio por su militancia contra la guerra.

De vuelta a Moscú, con su salud afectada por el tifus, John Reed murió en un hospital público a la edad de 33 años el domingo 17 de octubre de 1920. Y como lo narró AR Williams “Un consuelo les queda a sus viejos amigos y camaradas; los restos de John Reed reposan en el único lugar en el mundo donde él quería encontrar su último descanso: en la Plaza Roja de Moscú, al pie de las murallas del Kremlin.

Sobre su nicho se ha colocado una piedra sepulcral a tono con su carácter, una piedra de granito sin pulir en la que aparecen grabadas estas palabras:

JOHN REED

DELEGADO A LA TERCERA INTERNACIONAL

1920

El libro de John Reed, junto con la Historia de la Revolución Rusa de León Trotsky (escrita y publicada entre 1931 y 1932), para muchos estudiosos de las ciencias sociales, constituyen dos trabajos imprescindibles para reconstruir la historia de la revolución más grande que haya visto el mundo.

Cerramos este recordatorio con un fragmento de la reseña que el eminente psicólogo y pedagogo marxista Lev Vygotski hiciera de Ten Days Shook World (Diez Días que Estremecieron al Mundo):

Este libro –el relato más exacto de la Revolución de Octubre– fue escrito por el americano John Reed. En el prólogo, N. Krúpskaia (2) dice: “Los rusos escriben sobre la Revolución de Octubre de un modo diferente: describen los episodios en los que estuvieron involucrados o hacen una evaluación de la misma. El libro de Reed muestra un cuadro general de una genuina revolución popular”.

Ahí reside, precisamente, la fuerza del libro. Comunica acontecimientos que todos conocen muy bien. No hace un esbozo de algo particular, extremadamente colorido, ni narra detalles novedosos. Comunica precisamente aquello que es típico de una revolución, aquello que, para sus contemporáneos y, aún más, para su progenie es lo más esquivo: el estado de ánimo de las masas, la reacción contra un pasado que torna comprensible cada acto de la revolución. Un historiador o un autor de memorias no pueden recrear esta atmósfera anímica –solamente un artista. Y en su escritura John Reed se mantiene como tal todo el tiempo, pero no es un artista que trata con la fantasía, sino con la verdad. Además de ser un relato fiel de los eventos y acontecimientos, este libro es también una composición muy compleja y sutil de escenas, diálogos, descripciones, narraciones: se lee como una novela…”.

Desde las montañas insurgentes de Colombia. Octubre.

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