“Por una paz sin más traiciones”

Por una paz sin más traiciones

Sea lo que fuere, no nos hallamos ya en los tiempos

en que la historia de las naciones era escrita por historiógrafos

privilegiados a los cuales se les daba entera fe sin examen…

son los pueblos los que deben escribir sus anales y juzgar

a los grandes hombres”. Simón Bolívar (Diario de Bucaramanga)

 

 

Desde que salí de Miravalle se han dicho muchas cosas. Creo que es tiempo de hacer un alto y reflexionar sobre lo sucedido. He vuelto a transitar por las razones y las motivaciones que aún me reclaman seguir resistiendo con dignidad y la memoria inmediatamente se coloca sobre el filo de la cordillera, desde donde pude distinguir en muchas ocasiones el cruce de ríos, la ondulación de los valles y la prolongación de las planicies.

Sin duda alguna esa región del piedemonte oriental caqueteño como escenario de luchas prolongadas, demanda de todo revolucionario el más alto grado de firmeza en sus decisiones. ¿Cómo no ser consecuente con la histórica avanzada de colonización campesina que en medio de las campañas militares adelantadas en distintas regiones del país durante las décadas del 50 y 60, se abrió camino probando la impresionante capacidad de resistencia de las comunidades, que siempre ha parecido estar por encima de las irremediables condiciones de la guerra?

Cómo olvidar que junto a los nuevos asentamientos marchaba y crecía también una guerrilla que, sumando pueblo, a su paso todo lo transformaba en bien de las comunidades. Hasta allí llegaron Marulanda, Jacobo, Joselo y Efraín como protagonistas de la resistencia de Marquetalia, a proseguir el trabajo colectivo. Con el fusil terciado resguardaban la vida, hacían caminos y puentes, cultivaban la tierra y producían comida. Siempre el trabajo organizado fue el principal recurso para enfrentar la violencia oficial ejercida por la oligarquía y también la principal razón de los ataques de esta. Profundas huellas dejaron para la historia, las marchas de los campesinos de El Pato, por la vida y contra el abandono del Estado.

Así fue el comienzo de un ejército revolucionario que creció en resistencia al lado de los desposeídos, y que muy temprano encontró en aquella región una importante retaguardia que por su geografía – donde confluyen Meta, Cundinamarca, Guaviare, Caquetá, Huila- les permitía resguardarse de los constantes operativos lanzados por el ejército estatal.

Desde aquel momento hasta hoy, indudablemente se potenciaron los esquemas organizativos y de representación política y social; siempre en defensa de la vida y por el derecho a permanecer en el territorio. Solo de esta forma la región pudo generar nuevas condiciones de favorabilidad en medio de las múltiples situaciones adversas que a nivel social, económico, político y militar impusieron la agresión y el olvido estatal.

Los acuerdos de la Habana fueron vistos como una oportunidad para favorecer la economía campesina y el progreso de las comunidades, prerrequisito para la resolución pacífica del conflicto y el logro de una paz estable y duradera. Por eso como revolucionario me sumé al clamor de reconciliación de los colombianos y puse todo mi empeño en que el Espacio Territorial de Reincorporación y Capacitación –ETCR- de Miravalle fuese punto de partida de beneficios comunes, pensados no solo para la reincorporación de excombatientes, sino también para el mejoramiento de las condiciones de vida de la gente del campo.

Miravalle se convirtió entonces en epicentro de proyectos piloto que se levantaban sobre una granja integral de productos hortícolas, plantaciones de yuca, plátano, banano y maíz. Las aguas del río Pato, rápidas y caudalosas ofrecerían las condiciones para la práctica del rafting, lo que significó que un equipo de excombatientes y civiles participaran en una competencia a nivel internacional representando al país en esta práctica deportiva. Las particulares condiciones climáticas también fueron aprovechadas para proveer de energía a la población: paneles solares, la instalación del hidrotornillo, el funcionamiento de las pelton integrando una idea de hibridación de energías limpias para la región. Se abrieron vías terciarias y se llevó la interconexión eléctrica. Se impulsó la cría de cerdos y la ceba de ganado, el desarrollo de la acuaponía y la constitución de la Cooperativa Multiactiva Manuel Marulanda Vélez -MAVECOOP-, como esfuerzos palpables ejecutados en una región estigmatizada como productora de cultivos ilícitos, cuando en realidad en El Pato no hay ni una hectárea sembrada con hoja de coca.

Es preciso decir que para la consolidación de los proyectos mencionados era necesario haber contado con las garantías dadas por los Acuerdos de La Habana; pero el Gobierno nos dejó solos. Puedo decir con franqueza que todo mi empeño y el de la militancia fue puesto en esta tarea, pero no se hizo fácil cuando las condiciones empezaron a marcar un retroceso en la agenda de paz por parte de quienes seguían promoviendo la guerra y el odio.

Pronto enfrentamos un nuevo exterminio de características similares al de la Unión Patriótica; excombatientes y militantes empezaron a ser asesinados sistemáticamente, líderes y lideresas sociales eran silenciados en medio de la impunidad total. Entretanto las explicaciones ante tal desborde de tal criminalidad eran las frívolas razones de un gobierno que ya había empezado a mostrar sus intenciones de hacer trizas los acuerdos de paz.

Los malos mensajes no dejaban de llegar. El montaje judicial y la injusta reclusión de Santrich con fines de extradición reconfirmaron la inseguridad jurídica respecto a los excombatientes de las FARC-EP y la falta de garantías para su participación política. Claramente fuimos notificados del desenvolvimiento imparable de la perfidia del Estado, lo que sin lugar a dudas selló el fracaso de nuestros esfuerzos por la paz.

Me permito recordar que desde el inicio de las aproximaciones para abrirle camino a las conversaciones de paz el régimen mostró sus torcidas intenciones cuando el presidente Santos ordenó asesinar al comandante Alfonso Cano en total estado de indefensión. Esto debió significar un alto en el camino para revisar y replantear nuestra hoja de ruta. Pero inexplicablemente no se hizo.

Los sobrevuelos irregulares, los operativos militares, la infiltración de francotiradores del ejército y el uso de drones sobre el ETCR de Miravalle, advertían el fin de la calma y el inicio de un nuevo periodo de agitación para quienes aspirábamos construir un mejor futuro para Colombia.

Con el pasar de los días los acuerdos fueron puestos más y más en riesgo y con ellos nuestras vidas.

Nunca he sido, ni estaba dispuesto a convertirme en testigo silencioso de una paz que seguía encarcelada junto a cada uno de nuestros presos políticos, una paz agonizante por cuenta de cada excombatiente, reclamante de tierras, líder y lideresa social, defensor de derechos humanos asesinado; una paz sin dignidad para quienes entregaron las armas; una paz sin justicia, llena de objeciones, montajes e impunidad; una paz traicionada porque lo que se acordó no se cumple. Todo el mundo sabe que una guerrilla no entrega las armas para que sus integrantes sean humillados, asesinados, encarcelados o extraditados.

Frente a este hostil panorama, era momento de tomar decisiones y resolví ponerme del lado de quienes históricamente han preferido vivir y morir peleando con dignidad y no seguir siendo traicionados por un régimen oligárquico y guerrerista. Definitivamente estos no son tiempos para apartarnos de lo que exige el momento histórico buscando refugio en una ingenua idea de institucionalidad.

Nuestra voluntad y compromiso moral no han sido sofocados. Insistiremos en el empeño revolucionario manteniendo fidelidad al legado de nuestro Comandante en Jefe Manuel Marulanda Vélez. Al respecto tenemos la tarea de convocar a todos los sectores de la nación, incluyendo a los de las Fuerzas Militares y de policía, que tengan la determinación de movilizarse por el cambio que traiga bienestar y felicidad a todo el pueblo colombiano

A los integrantes de las Fuerzas Armadas me dirijo con el pensamiento del padre Libertador, recordándoles que el ejército debe ser pueblo en armas defendiendo la patria y las garantías sociales bajo los mandatos de libertad y paz.

Ya el camarada Manuel para el año 2003 señalaba: «Ustedes y nosotros estamos retardados en dirimir nuestras diferencias mediante diálogos hacia la solución de la problemática nacional, para bien de las futuras generaciones de compatriotas. (…) Conozco que entre ustedes hay militares con sensibilidad social, dispuestos a defender la dignidad y la soberanía de nuestra patria”. Esto lo pude confirmar durante el tiempo en que estuve en el ETCR intercambiando impresiones con ustedes. Compartimos sobre nuestra común extracción de carácter popular, las preocupaciones por el presente y futuro del país y los deseos de una Colombia en paz.

Los máximos responsables de la guerra no han sido los actores armados, ha sido la oligarquía colombiana y algunos dirigentes de partidos tradicionales. Son ellos los que hoy tienen una deuda con el pueblo; son ellos los que nuevamente nos han empujado a empuñar las armas para luchar por la verdadera paz sin más traiciones.

No hay otro camino que el de la lucha digna para alcanzar la victoria.

¡Hemos juramos vencer, y venceremos!

Fraternalmente

Oscar Montero (El Paisa)

 

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