La pena de muerte y las ejecuciones extrajudiciales en Colombia – Parte II

«El mundo jamás se ha corregido

o intimidado por el castigo». CARLOS MARX

Pensamos que afortunadamente para los perdonavidas del establecimiento, cae de perlas que los criterios que luego de la Segunda Guerra Mundial imperaron para los tribunales de Núremberg y Tokio, en los que cabía aplicar la pena de muerte, ya no prevalezcan para el funcionamiento de la Corte Penal Internacional que se estableció en el Estatuto de Roma (en vigor desde 2002). En este escenario que es donde en algún momento deberán caer personajes como Álvaro Uribe Vélez y su recua paramilitar, se excluyó la pena de muerte como posible sanción; aunque les iría mejor si definitivamente acuden a la JEP sin meterle más distorsiones de las que ya le han imprimido para convertirla en derecho penal del enemigo.

Ya lo hemos dicho, como en el verbo de Artigas, las FARC-EP Segunda Marquetalia no ofende ni temen al asumir la voz de los excluidos. Y reiteramos pese a que cada día, desde antes de retomar las armas, intentaran asesinarnos o extraditarnos: Hay que salir de Duque; sí! Necesitamos en el Palacio de Nariño un gobierno justo y amoroso con su pueblo, más humano, que reconstruya el tejido destrozado del derecho a la paz.

Hablamos de los problemas del país porque somos rebeldía alzada en armas contra el gobierno de la tiranía duque-uribista. Así nos hayan decretado, insensatamente también la muerte política. Seguiremos vivos en la resistencia, proponiendo un gobierno alternativo de coalición democrática.

No admitamos más a estos farsantes; a estos que en los acercamientos de paz ordenaron fusilar al comandante insurgente Alfonso Cano en estado de indefensión, en momentos en que se encontraba capturado vivo. No olvidamos las palabras de Juan Manuel Santos: «Me dijeron que habían localizado a Cano, un objetivo que veníamos persiguiendo hace años, y fue ahí donde tuve que tomar solo, absolutamente solo, la crucial decisión» …; «Tomé la decisión de eliminarlo y así se hizo»; «Yo ordené su muerte porque estábamos en guerra y seguimos en guerra». Frente a tan fría confesión, ¿quién puede dudar de que se trató de un crimen? Aunque estuviéramos en guerra, sobre todo, para el caso del Estado, en guerra contra los inermes. O, ¿que son las victimas de los «falsos positivos»? Bueno…, seguro para ellos son parte de la tradición, la secuencia, digamos, de la matanza contra Gaitán y los gaitanistas; o de las matanzas perpetradas por los pájaros y chulavitas; o del genocidio de la Unión Patriótica decimos recordando, a partir de las denuncias del periodista Alberto Donadío, a Virgilio Barco, a Rafi Eitan del Mossad israelí y al general Rafael Zamudio Molina. O ¿es que acaso no se están repitiendo hoy con el presidente Iván Duque, las masacres de líderes sociales y de excombatientes firmantes de la paz y militantes de la reconciliación, tal como entonces?.

El Uribismo, al que se subordina el Ñeñe Duque, es expresión del terrorismo de Estado que no deja de azotar despiadada y cruelmente a Colombia. Pero, al parecer, son gajes del oficio, como durante la puesta en marcha de la Ley Heroica de 1928 (Ley 69 sobre Defensa Social del 30 de octubre), restringiendo el derecho de opinión, imponiendo la censura a las publicaciones (como eso de cerrar cuentas de twitter y páginas web de la insurgencia), y el confinamiento en colonias penales a quienes promuevan las publicaciones prohibidas. ¿No fue acaso bajo este adefesio que se ejecutó en diciembre de tal año la masacre de las bananeras para complacencia de la United Fruit Company, y del representante yanqui en Colombia, Jefferson Caffery?; ¿ No fue acaso el Gobierno del momento el que mediante Decreto declaró a los trabajadores huelguistas «cuadrilla de malhechores» y ordenó, que «los miembros de la fuerza pública quedan facultados para castigar con las armas a aquellos que se sorprendan in fraganti delito de incendio, saqueo y ataque a mano armada». Es decir, ¿plantando la excusa para en la práctica establecer la pena de muerte? Pero claro, debemos entender, pues el ministro de Guerra del régimen conservador Ignacio Rengifo ya había hablado de que Colombia enfrentaba el más grande y peligroso enemigo que se haya tenido: «el peligro bolchevique»; o más tarde las «Repúblicas independientes» del hijo de Laureano Gómez, con Marquetalia encabezando; o, sí, el peligro del Castro-chavismo y el fantasma de la «Narcotalia» de hoy.

Nada nuevo desde el Abadía Méndez de la república banana, o desde el Olaya Herrera de la humillante legislación petrolera y las concesiones que llenaron los bolsillos de Andrew Mellon; o desde el Eduardo Santos arrodillado frente al embajador Spruille Braden autorizando que tropas de EUA puedan operar en el territorio colombiano y en aguas territoriales «sin previo permiso especial», o entregando los cielos al dominio financiero de American Airways; o desde Laureano Gómez con su Pacto de Asistencia Militar (1952), cargado de ira anticomunista incluso contra el liberalismo de la época al que el ministro de Guerra, José María Bernal acusaba también de que «consciente o inconscientemente sirve a los planes del dominio internacional soviético».

Es que seguimos bajo las mismas premisas, un tanto renovadas, del paramilitarismo de Estado inaugurado de la mano del General William Yarborough en 1962, e inspirado en la teorización contrainsurgente del militar francés Roger Tinguier: guerra no convencional, terrorismo de Estado duro y puro que incluye la tortura física y sicológica como método de interrogatorio. Concepciones y prácticas asumidas a plenitud por un Estado al que le es indiferente arrasar con el respeto a los Derechos Humanos, el DIH, las normas de guerra y las convenciones sobre trato a prisioneros y a la población.

Contrainsurgencia y paramilitarismo de Estado con pleno involucramiento de los EUA, así no inviten a su lacayo Duque a la posesión de Joe Biden.

No hay que pensar mucho para evaluar y concluir incluso con las mismas palabras de Jorge Eliecer Gaitán que «el gobierno tiene para los colombianos la metralla homicida y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano (…) El suelo colombiano fue teñido de sangre para complacer las arcas ambiciosas del oro americano» (Gaitán, 1929). Así lo sigue siendo, pero nosotros no nos quedaremos con los brazos cruzados.

Por las FARC-EP

Segunda Marquetalia

                      UNIDAD JORGE ARTELEnero 27 de 2021

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