Un fantasma recorre Colombia

 

Parafraseando el reconocido enunciado con el que Marx y Engels abren el histórico Manifiesto Comunista de 1848, por demás vigente y vital, iniciamos este saludo de año nuevo, expresando a cada compatriota, nuestro ferviente deseo que el 2021 lo recibamos con determinación de lucha, con mucho optimismo, las alas abiertas al viento de nuestros sueños de Colombia Nueva, en paz, con justicia social y con el hálito de las FARC-EP (Segunda Marquetalia) expandiéndose cada vez más y más en el escenario político nacional.

Este gobierno del Ñeñe Duque, marioneta uribista que tuvo la «suerte» de contar con que, a las desgracias de los colombianos se sumara la pandemia del COVID 19, no tendrá eternamente tal excusa para tapar el fracaso estrepitoso de su gestión presidencial, que definitivamente agravó la desigualdad y la miseria que como en una olla a presión se cocinan con el calor de la indignación de los desposeídos y ofendidos con tanta farsa y desconsideración.

Sin duda, aparte de los males sociales endémicos que padecen los colombianos y cuyos posibles inicios de solución fueron frustrados por el régimen con la destrucción del Acuerdo de Paz de La Habana, lo más impactante de este año que culmina es que a la pandemia neoliberal se le agregó la del coronavirus, sin que todavía exista claridad sobre los efectos ya nefastos y aun imprevisibles que tendrá, respecto a las condiciones económicas y sociales de nuestro descalabrado país. Lo que si se evidencia, es la profundización de la condiciones inequitativas de la producción y una mayor precarización de la ya maltrecha situación de vida de las mayorías, generándose una coyuntura de aguda inconformidad ciudadana que hunde sus raíces muy en el fondo de la historia de injusticias y víctimas dejadas por el capital, y que de alguna manera fructifican en protestas y acciones anti sistémicas que de un momento a otro pueden explotar nuevamente.

Con mayor ahínco se deberán levantar las reivindicaciones centrales del movimiento social en materia de necesidades básicas insatisfechas, sobre todo en los campos de la salud y la educación, o en lo que concierne al mejoramiento de las condiciones laborales y salariales, o en aspectos que como nunca han mostrado su relevancia, como es el caso del reconocimiento del trabajo de atención y cuidado; del salario básico universal o de la renta básica, exigiendo a toda costa que las pérdidas ocasionadas por la pandemia, y los costos de sus recuperación económica, no recaigan sobre los hombros de los asalariados e informales de la población, que son los que reciben los mayores golpes de la crisis.

Una de las propuestas que deberá seguir manejando el movimiento popular en el corto plazo es la lucha por la renta básica de ciudadanía, universal, individual e incondicional que garantice el derecho a la existencia, al tiempo que se acrecienta la resistencia contra el autoritarismo del régimen, y se asume el control y gestión de los bienes comunes, para lo cual habrá que ponerle coto a la prohibición del espacio público acentuada con la excusa del coronavirus; romper los distanciamientos innecesarios, multiplicarnos en audacia, converger en lo fundamental y retomar con más potencia y decisión las calles y caminos, con lo que tengamos a mano, en un estado de insubordinación permanente contra el statu quo, en post de una alternativa de gobierno para la paz.

Afortunadamente, la gente del común ha sabido reaccionar y no se ha dejado anquilosar, lo que augura jornadas prontas de explosión de luchas en el horizonte. Por eso nuestras felicitaciones y nuestro regocijo de poder también decirles que, de ese mismo torbellino de perfidias que se tragó la posibilidad cercana de acariciar la paz, las FARC-EP (Segunda Marquetalia) ha emergido, con su espectro andando los escenarios de la vida política nacional, para poner de presente también el derecho legítimo que tienen todos los pueblos a la rebelión armada contra las tiranías. Así que nadie debe dejarse confundir: retomamos la senda guerrillera no por gusto, sino por decoro y deber. Junto a quienes se ilusionaron en la paz, somos nosotros los traicionados, pero guardamos en nuestros corazones el convencimiento de que el destino de Colombia no puede ser el de la guerra y en consecuencia actuamos, procurando abrir los escenarios que en algún momento permitan retomar la salida dialogada al conflicto.

Aunque por el momento no hay condiciones, y porque la única lucha que se pierde es la que se abandona, nuestro deber es hacerlas posibles. Entonces, la tarea común es construir esas condiciones y los primeros pasos deben conducir a quitar los obstáculos que lo impiden, abatiendo el paramilitarismo de Estado, la guerra sucia, la corrupción y la impunidad de las Memo-mafias y las Ñeñe mafias, entre otras, que se tomaron la Casa de Nariño. Solamente así podremos forjar un nuevo escenario que permita reintentar el camino del diálogo por la paz completa, a fin de ir aprontando elementos para ese posible diálogo que debería darse con un gobierno alternativo comprometido verdaderamente con la paz y la justicia social, tomando en cuenta que el antiguo Acuerdo, por todas las variaciones y distorsiones que sufrió, se convirtió en un instrumento inútil o al menos insuficiente para resolver las causas de fondo, antiguas y nuevas, que generaron y mantienen la confrontación. Un pacto de paz requiere de nuevos consensos con mayor calado en materia de transformaciones, las cuales deben tocar el orden económico neoliberal y dentro de ello el aplazado asunto de la redistribución y uso de la tierra, dentro de una perspectiva que implique el rediseño territorial. En el mismo nivel de importancia o más, se deberían entrar a discutir asuntos como la reforma política y la soberanía nacional lesionada por el intervencionismo estadounidense con presencia de bases militares y una embajada que, con la aquiescencia de la oligarquía apátrida, traza e impone el rumbo político de Colombia.

Por un 2021 que abra senderos hacia la paz, felicidades.

Fraternalmente,

FARC-EP

Segunda MarquetaliaDiciembre 22 de 2020

 

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