La entrada de Bolívar a Bogotá

Estando en camino hacia Bogotá, Bolívar determinó desprenderse de su ejército y, seguido por una pequeña escolta, apuró el paso para impedir que la capital fuese presa de la anarquía. Descamisado y sudoroso, con la deshilachada chaqueta aferrada a sus huesos, el Libertador entró a Bogotá el 10 de agosto a las 5 de la tarde. Hermógenes Maza, quien había asumido el control de la ciudad, observó que un jinete a galope tendido se acercaba por el norte al umbral de la ciudad y, pensando que se trataba de un fugitivo español, acometió lanza en ristre en pos de ese jinete:

-“¡Alto! ¿Quién vive?” –le gritó Maza al jinete.

Bolívar, quien lo había reconocido, no prestó atención a su llamado. Maza aceleró el paso y al ponerse a pocos metros del Libertador, le repitió una vez más:

-“¡Alto! ¿Quién vive?”

-“¡No sea pendejo!”, le contestó Bolívar y, como cita Gómez Vergara: “Maza lo identifica al instante… Casi se cae del caballo… Y sin pensarlo dos veces, exclama como enajenado:

-“¡El Libertador Bolívar…! ¡Aquí está…! ¡Ha llegado solo…! ¡Viva el Libertador y Padre de la Patria…!”

Las gentes que presencian la escena, acuden como electrizadas para verlo, conocerlo, rodearlo, exaltarlo y casi asfixiarlo entre aclamaciones y abrazos… Algo inenarrable, grandioso, jamás soñado”. Cuenta Groot que la gente, al enterarse de que el Libertador era aquel jinete descarnado, manifestó su júbilo con vítores y lágrimas: hombres, mujeres, niños y ancianos, corrían a abrazarlo, a tocarlo, a rozarle su chaqueta, sin saber cómo expresar su gratitud. Una señora, relata José Segundo Peña, se sujetó fuertemente a la pierna derecha del Libertador y le dijo: “¡Dios te bendiga, fantasma!” y éste se sonrió emocionado y le ofreció su brazo victorioso.

Uno de esos oportunistas que no han de faltar en ninguna parte, «patriotas de última hora», como certeramente definiera Cordovez Moure, se acercó a Bolívar en medio de la multitud y con ínfulas de tribuno le echó un discurso zalamero y rimbombante, en el que comparaba al Libertador con todos los héroes y guerreros de la historia de la humanidad. Bolívar odiaba a los sujetos serviles y contestó secamente al presuntuoso parlanchín: «Gran y noble orador, yo no soy el héroe que habéis pintado. Emuladlo y os admiraré”. Desde ese momento el Libertador contó con un nuevo y rencoroso enemigo para toda la vida: Vicente Azuero.

Bolívar llegó a la plaza principal y con rápidas zancadas ingresó a la casa de gobierno, donde estaban esperándole las personalidades de la ciudad. «Yo estuve presente -escribió Pablo Carrasquilla- cuando llegó el Libertador a Palacio. Desmontó con agilidad y subió con rapidez la escalera. Su memoria era felicísima, pues saludaba con su nombre y apellido a todas las personas que había conocido en 1814. Sus movimientos eran airosos y desenfadados… Tenía la piel tostada por el sol de los Llanos, la cabeza bien modelada y poblada de cabellos negros, ensortijados. Los ojos negros penetrantes, y de una movilidad eléctrica. Sus preguntas y respuestas eran rápidas, concisas, claras y lógicas. Se informaba sobre los pormenores del suplicio del doctor Camilo Torres y el de don Manuel Bernardo Álvarez. De este último dijo que él le había pronosticado, el año 14, que sería fusilado por los españoles. Su inquietud y movilidad eran extraordinarias. Cuando hablaba o preguntaba, cogía con las dos manos la solapa; cuando escuchaba a alguien, cruzaba los brazos.

FARC-EP
Segunda MarquetaliaAgosto 10 de 2020

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